Alceu Ribeiro


Alceu Ribeiro Mendiondo nació en Catalán (departamento de Artigas, Uruguay), el 13 de diciembre de 1919.
Junto a su hermano Edgardo ingresan en 1939, al taller del maestro Torres García en usufructo de una beca.
Allí realiza estudios de dibujo, arte constructivo y cerámica y pronto se destaca como uno de los alumnos más aventajados.
Al año siguiente es premiado su óleo "Paisaje" en el Salón Municipal de Montevideo. Nuevamente es distinguida su obra en los salones de los años 1942,
1945, 1946, 1958 y 1959.
En los salones nacionales reciben premios sus obras en 1941, 1942, 1943 y 1945.

Ha desarrollado una vasta obra como muralista. En 1949 realizó el mural del Palacio de la Luz, mosaico ganado por concurso; otro en el Sindicato Médico del Uruguay; en 1961, en el edificio "El Malecón", de Pocitos; en 1962, el mural de bronce del edificio Seré y el ejecutado para el Altar Mayor de la Iglesia de las Hermanas Carmelitas, entre otros para residencias particulares. 

Por largos anos participa en las muestras colectivas e individuales del Taller Torres García. En 1951 integra la exposición antológica "La Figura en la Pintura Uruguaya".
Ese mismo año su obra es representada en la "Exposición de bocetos y estudios de
pintura mural de artistas uruguayos", organizada por la Sociedad de Arquitectos.
Dos años después expone sus obras, individualmente, en la Facultad de Arquitectura.
En 1963, en uso de una misión oficial del Museo de Bellas Artes del Uruguay
realiza un viaje de estudios por diversos países de América Latina y de Europa.
Ese mismo año funda, con el apoyo de la Intendencia Municipal de Montevideo el
taller "El Molino", para la enseñanza de pintura, del que surgieron conocidos artistas como Andrés R. Montani, Neder Costa, Haude Sonia Gobby y Manuel Raúl Deliotti.

Fue asimismo profesor de dibujo y pintura en la Universidad del Trabajo.
Ha expuesto sus obras, en Montevideo y en diversas ciudades del interior.
También en Argentina, Venezuela, Colombia y Holanda.
Está representado en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, Museo de Cea, de
Medellín, Colombia, Municipalidad de San Pablo, Brasil y en colecciones particulares de Uruguay, Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela, Checoslovaquia y Alemania.

El crítico de arte José Pedro Argul escribió refiriéndose a la pintura de Alceu Ribeiro:

Actúa en la tradición de Torres García. Color y grafía señalan esa ascendencia,
pero su tonalidad no es tan grave como la del antecedente y sí, más liberada. En
cuanto a la utilización del grafismo - el imperecedero grafismo de Torres García
que no obedece a los recorridos objetivos, sino que desprende un lenguaje de
sugestión y expresividad propia - se distingue en su discípulo por lo enérgico,
seguro y contundente".

Radicado actualmente en Palma de Mallorca (España) Alceu Ribeiro, en 1985, en
una visita por poco tiempo a Montevideo, expuso en maderas su nueva obra.
Al respecto ha manifestado, refiriéndose a su elaboración:

"Muy interesante para mí, ya que la pintura exige una descarga muy concentrada
de la tensión: es un trabajo de poco tiempo. La madera es más lenta y más
imprevisible.
Cuanto se ha cortado y compuesto en la superficie que la soporta no es nada,
todavía, o es simplemente una madera que no trasmite nada. Para que diga algo
hay que trabajarla, hacerla sufrir y pintarla encima de forma que el color no
arruine la sensación de volumen.
Todo este proceso exige una tensión muy dosificada a lo largo del tiempo. Quiero
decir que sin el oficio sería imposible construir estas obras, pero que lo que
queda de ellas, al final, no es su factura sino lo que trasmiten".

A su vez, Eduardo Vernazza, ha dicho de su obra actual:
"Indudablemente se trata de una original puesta en composición.
Tablas o lingotes que penden y como cuadros-escultóricos quedan allí, frente a
la pared, para que puedan observarse todas sus cualidades en la proyección de
las sombras y en la belleza de los ritmos.”

Tomado de Plásticos uruguayos. Tomo II

EL CAMINO SOLITARIO DEL PINTOR ALCEU RIBEIRO
por Lourdes Alceu 

Cuenta una leyenda que un tuareg, cansado de peregrinar buscando agua de oasis en oasis, elevó la vista al cielo y preguntó a las estrellas: ¿Continuo? El parpadeo de Orión le indicó que siguiera. Desde aquel instante, el tuareg es visto solo, con el índigo de sus ropajes desteñido y con la mirada siempre al frente. Nadie recuerda ya la edad que tiene. Él tampoco. Sólo avanza. Bajo un cielo de estrellas, inmutable.

Alceu Ribeiro nació en una tierra de vastos pastos, en la hacienda El Catalán en el departamento de Artigas, Uruguay. De niño cabalgaba junto a su hermano Edgardo, dos años menor que él. No habían nacido para gauchos. Amaban la pintura de manera intuitiva. El magisterio de Torres García, artífice del arte constructivo, es patente en la pintura de Alceu, pero como aquel tuareg, el primogénito de los Ribeiro-Mendiondo sigue interrogando. Al firmamento de la tela.

Fuera hay demasiada luz y perturba la luz interior. ¿Por qué pienso en aquel beréber cuando miro a Alceu Ribeiro? Primero porque es un hombre azul, de indumentaria, y también de mirada. Sus pinturas derraman lágrimas que él enmarca o siluetea en un fuerte trazo negro como el tuareg se pinta el contorno de sus ojos con el köl. No es triste la pintura de Alceu, no nos equivoquemos. Sus cuadros, no los naturalistas donde él mismo apenas se identifica, sus obras constructivas, donde el ritmo, el tono, la síntesis del lenguaje aprendido, invitan a mirar a lo lejos. Más allá del primer plano que en su obra camufla el volumen. A Alceu no le interesa el volumen de los objetos sino el espacio que crean.
El poso. Y ahí es donde yo veo esa lejanía, ese distanciamiento de la escena que sus cuadros ofrecen. Esa distancia es aquella vastedad de prados que de niño cabalgó cuando no quería ser gaucho de ganadería alguna. Es la misma distancia del tuareg que le hizo caso a las estrellas y siguió avanzando por el desierto. Es la mirada de la nostalgia, del que está sin estar en ninguna parte, en permanente movimiento. Quizá por eso algunos de sus cuadros se descomponen, rompen la lógica visual que pone espacio en la composición. La de Alceu es superposición, amontonamiento, rompiendo entonces la perspectiva  de gran espacio vacío.

La mirada lejana es esa lágrima azul que él deposita en una pincelada cargada de pigmento y, que, sin embargo, es generosa al hacerse mancha rotunda en los contornos.

Los tuaregs hacen el camino mirando al cielo, donde descubren signos y estelas que les permiten seguir. Son los números que Alceu pinta en sus cuadros, quizá con un mensaje cabalístico de quien se sabe solo sin querer la soledad. De ahí que la pintura de Alceu se convierta en mapa, llena de signos impresos, coordenadas, como las huellas que el dedo beréber deja en la arena cuando él traza la reproducción del firmamento en la tierra. Pintura que reflexiona sobre la fugacidad y que en el caso de Alceu se quiere construir metódica, con obstinada voluntad de permanencia. Ahí también veo yo nostalgia de aquel que mira cómo los barcos aguardan en el puerto la llegada del pasajero. Los barcos de Ribeiro son una constante. ¿Por qué? ¿Qué intención los sitúa en la tela? La gran nostalgia de este tuareg gaucho que ya no volverá a los pastos, al Uruguay de tierra adentro, el de esa luz interior que no quiere ser perturbada.

Las islas son el reverso de los oásis, tierra en el medio de un vasto lienzo de agua. Supervivientes en su aislamiento y a la vez con la mirada puesta en un horizonte que no se alcanza aunque se sabe finito. Esas son las telas de Alceu Ribeiro que en Mallorca se hicieron firmes, aunque la pintura no real, su pintura mental se hubiera manifestado en cualquier lugar. Lo dice él. No sé si creerle. El tuareg viejo que se ve a lo lejos sólo tiene sentido contemplado en la soledad del desierto. Alceu beréber de Uruguay requería habitar una isla para tender miradas pictóricas llenas de nostalgia, del que no está en ninguna parte.

Como no está en el estudio. Su espacio mental trasciende el taller, donde Alceu acude a buscar refugio, como la "cueva" que él denomina una y otra vez. Desde el principio el taller fue para el pintor de Artigas un lugar de encuentro, donde fraguar hermanos corales como se hicieron él y su hermano Edgardo, asistidos por el magisterio de Torres García.
La pintura deviene entonces en instrumento de comunicación que permite, por unas horas, distraer la tremenda nostalgia de Ribeiro, sustraerle por un momento de su encuentro ya inevitable con el espacio de la tela. Es ahí donde se encuentra el taller. A sus 86 años volvió a cambiar de estudio, se trasladó a un barrio obrero y quedó atrás la escuela-taller de la calle Danús en el centro de Palma. Tuvo miedo de encontrarse solo al alejarse del corazón de la ciudad, de ser abandonado por los amigos, de no ser visitado. Sonríe satisfecho porque aún siguen acudiendo a su lado para compartir charla, rodeados de sus cuadros, colgados en bodegón como se hizo hasta mediados del siglo XX. Acude cada mañana a la calle Trobada, (en catalán significa encuentro) - ya ven cómo es el destino de contumaz y expresivo-.

Desde la mudanza, apenas pinta. Imagino su mirada a un espacio que al igual que el anterior tiene forma de túnel, alargado, con un foco de luz exterior procedente de un pequeño patio al final de ese pasillo. Le imagino recostado en una mesa cercana a la entrada del taller dibujando en esas hojillas de cuaderno de contable viejo donde en su reverso están los números de la suerte que semana a semana le hacen soñar con ganar quinielas. En una minúscula zona de cocina donde hierve el mate, cuelga un compás  con el lapicerillo prendido. Una foto en blanco y negro de Torres García le revela al "maestro" profeta; parece un Moisés. A la derecha la pared llena de cuadros, de distintas épocas, algunos de sus alumnos. Sí, Alceu sigue dando clases; ya digo que su taller no está ahí sino en su pintura mental que luego brotará en la tela. Viste azul, una rebeca de lana pulcra. Mira atento al objetivo del fotógrafo - Alceu tiene una elegancia innata, es alto y sus manos largas -; es coqueto. Alceu apenas pinta pero sigue construyendo como el viejo tuareg al que la leyenda ve subido en su camello, mirando a las estrellas, buscando en su aritmética la estela de un territorio que no está en ninguna parte. Sólo en sus sueños.

GALERÍA

Autorretrato
Paisaje de Mallorca

Balneario


Perspectiva con cafetera

Edgardo Ribeiro - Antonia Ramis Miguel - Alceu Ribeiro


© José Salvador Da Costa - Compilador
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