CARLOS CATALÁ UN FUNDADOR DE PUEBLOS
San Eugenio del Cuareim, hoy hermosa ciudad de Artigas, no fue fundada por un venerable anciano de largas barbas, al estilo de los bíblicos patriarcas... No; esta luminosa ciudad geométrica, plena de sol y amplias calles donde galopa el viento de la primavera, fue fundada por un hombre sorprendentemente joven, que tenía apenas 28 años, DON CARLOS CATALÁ nacido en Montevideo el 16 de mayo de 1824.
Interrumpió sus estudios a los 18 años, para participar en las luchas por la Defensa de Montevideo, en la Guerra Grande.
En 1844, en Salto, sirve a las órdenes del legendario héroe italiano, el Hermano Masón, José Garibaldi, combatiendo en la Batalla de San Antonio. Después, ya con el grado de Capitán, será secretario del General Eugenio Garzón – figura relevante de la Revolución Oriental – que había combatido junto a Artigas siendo aún adolescente, quien desde 1951, se había interesado en el establecimiento de un pueblo en la costa del Cuareim.
Carlos Catalá era un hombre joven, de acción relampagueante, valiente, decidido, inteligente, hecho con la materia de que están hechos los conductores de pueblos; guerrero a los 18 años, con poco más de 20 años colaborador directo del General Eugenio Garzón, antes de llegar a la treintena será el encargado de la fundación del pueblo sobre el Cuareim en la disputada frontera norte de la república.
Vivía su turbulenta juventud, quemándola y quemándose, como si presintiera cercana la muerte, que lo alcanzaría cuando apenas contaba 39 años. Treinta y nueve años brevísimos, pero suficientes, - sin embargo – para realizarse plenamente al servicio de la nación, que apenas alumbraba, con enormes sacrificios, en hombros de estos gigantes, casi míticos, que nos dieron la patria.
Aprobada la Ley, muerto el General Garzón, la Junta Económica Administrativa de Salto, para dar cumplimiento a la misma, que ordenaba fundar pueblos en la frontera con Brasil, para asegurar la soberanía nacional en esta conflictiva y cambiante frontera norte, encarga al Capitán Carlos Catalá para fundar los pueblos de Constitución y Cuareim.
El Profesor Ariel Dieste, reseñó esta empresa con precisas palabras: la actividad de Catalá es incansable en aquellos meses. No era tarea fácil organizar un pueblo en una frontera bravía.
Los montes del Cuareim eran en aquella época, de los más espesos que había en la república y abundante en toda clase de alimañas, especialmente yaguaretés...pero más bravía que en sus formas naturales, lo era, esta frontera en su presencia social.
Matreraje alzado en los montes, incursores armados desde la margen derecha, gentes díscolas y no dispuestas a la obediencia y disciplina ciudadana. No, no era tarea fácil convertir todo aquello en un centro de población.
Catalá era un joven activo, práctico, firme y multifacético. Elige primero el lugar del nuevo pueblo: el paso del Bautista sobre el Cuareim, pues hay “excelentes tierras areniscas propias para la labranza, abundantes y excelentes aguadas, abundantes maderas de construcción y todo próximo e inmediato y a sólo cuatro cuadras del Río Cuareim, en el mejor lugar para crear un centro mercantil cercano del Municipio Brasileño de Alegrete y de la villa de Salto Oriental”.
Parece que en estas palabras estampadas en el Acta de Fundación del 12 de setiembre de 1852 se previera con 148 años de adelanto la buscada integración económica del MERCOSUR.
Y así Catalá delinea el pueblo de San Eugenio del Cuareim, realiza el plano topográfico dibujado por él mismo: con una plaza central y ocho manzanas, que tienen cien varas en cuadro, y las calles (veinte), a excepción de una, que se dirige al camino real desde el paso del río y que se le dio 25 varas de ancho y es hoy la calle Lecueder.
Desde todas las casas se podía llegar al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo y trazó calles, con tal buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor, como una pequeña muestra de su imaginación creadora.
Guerrero, fundador de pueblos, juvenil civilizador, Carlos Catalá es también intelectual, pues su discurso del 25 de mayo de 1853, en la primera fiesta que hubo en Artigas, es una valiosa pieza oratoria de tonos proféticos y esperanzado en su visión del porvenir.
“El pueblo que hoy levantamos en estos campos solitarios, será quizá el cimiento de una rica y grande ciudad que contenga en el transcurso de no mucho tiempo, una multitud inmensa de habitantes por estas mismas calles y plazas apenas indicadas en la tierra, pero a no dudarse, será un nuevo centro de civilización y de progreso; un nuevo centro de garantías para todos, un foco de industrias y conveniencias que el hombre culto y libre anhela encontrar en todas partes...”
A nosotros nos toca hacer realidad el sueño del fundador.
Versión extractada de una crónica escrita en 1992 por el Prof. Carlos Alves
© José Salvador Da Costa - Compilador